Cada una de las lecturas de hoy hace referencia a la Santísima Trinidad. Dios se nos ha dado a conocer en distintas etapas de la historia en tres personas distintas, pero son, a la vez, el mismo y único Dios: Padre Hijo y Espíritu Santo.
Esto parece una declaración sencilla de comprender; sin embargo, no es fácil hablar de Dios. No es fácil hablar de algo que se nos queda tan lejano y tan misterioso. “A Dios nadie le ha visto jamás”. Pertenece a otro orden de ser. Pero al mismo tiempo está profundamente implicado en la creación, porque es su creación y porque nosotros somos sus creaturas.
Cuando miramos a la creación, cuando nos miramos a nosotros mismos y la maravilla que es, por ejemplo, nuestro propio cuerpo, experimentamos a Dios como creador, el que nos ha sacado de la nada y nos ha dado la vida. A Cristo lo reconocemos como el Hijo de Dios conforme a lo que está escrito en los evangelios. Y él mismo nos dio a conocer y nos transmitió la tercera persona de la Trinidad, el Espíritu Santo. Sus apóstoles y discípulos sintieron la presencia del Espíritu de Dios. Ese Espíritu los inspiró y animó a anunciar la buena nueva del Reino. Hoy sigue inspirando y animando a muchos a continuar con ese anuncio de salvación para todos. Esta es nuestra fe, esta es la fe que nos gloriamos de profesar.