En cada celebración de la Eucaristía deberá haber un número suficiente de ministros de la Sagrada Comunión para que pueda ser distribuida de manera ordenada y reverente. Obispos, presbíteros y diáconos distribuyen la Sagrada Comunión en virtud de su oficio como ministros ordinarios del Cuerpo y de la Sangre del Señor.
Si no están presentes esos ministros ordinarios de la Sagrada Comunión: “…El sacerdote puede pedir la ayuda de los ministros extraordinarios, es decir, el acólito legítimamente instituido o incluso otros fieles, que para esto legítimamente han sido designados.
Los ministros extraordinarios de la Sagrada Comunión deberán recibir suficiente formación espiritual, teológica y práctica para desempeñar su papel con conocimiento y reverencia.
Todos los ministros de la Sagrada Comunión deberán mostrar la mayor reverencia por la Santísima Eucaristía con su comportamiento, su atuendo y la manera en que manejan el pan y el vino consagrados.