Lecturas Dominicales: 2Mac 7,1-14; 2Tes 2,16-3,5; Lc20, 27-38
Hoy en la reflexión del Evangelio vemos la forma en que los saduceos pretenden ridiculizar la fe en la resurrección. Ellos se refieren a la ley del levirato (Dt 25, 5-6), la cual tenía por finalidad garantizar la descendencia del hermano difunto y la transmisión legal de su herencia, la única forma de supervivencia aceptada entonces y signo de la bendición de Dios.
La respuesta de Jesús contiene una novedad profunda “En esta vida, hombres y mujeres se casan”. Todo eso es expresión de la limitación propia de este mundo espacio-temporal, que no podemos trasladar al ámbito de la vida eterna, que no es simplemente una vida sin fin, sino una vida plena, en la que todo lo bueno se conserva, al tiempo que se superan las limitaciones que aquí impiden la plenitud.
La conclusión es que no debemos medir o comparar la vida eterna con los criterios de este mundo. Al revés, tenemos que medir nuestra vida terrena con los criterios de la vida eterna porque hacia allá vamos. Jesús se apoya en el episodio de la zarza (Ex 3, 1-14) Dios se revela a Moisés y le comunica su nombre: “el que soy”, es decir, el que seré, el que estaré siempre, cumpliendo mis promesas.