No se ustedes, pero a mí, no me gusta pedir direcciones. ¿Por qué muchos de nosotros somos reacios a pedir direcciones? Dudo mucho antes de detener a alguien en busca de ayuda, hasta que estoy bien perdido. Tal vez sea porque no nos gusta parecer débiles o dejar ver que nos equivocamos, aunque seguramente tenemos algo de esto. Tal vez sea un problema de autoestima para algunos: Somos demasiado tímidos o no nos gusta dar una molestia. Si no es así, puede que sea el problema opuesto: Creemos que lo sabemos todo. Cualquiera que sea la razón, muchos de nosotros preferimos andar por ahí indefinidamente y esperar lo que Dios quiera en lugar de pedir ayuda.
A menudo en la vida, el encontrar nuestro camino es más que solamente saber dónde es el norte, sur, este y oeste. He conocido personas que tienen planes de vida de cinco, 10 y 20 años. Estas personas, podrían decirte exactamente cuándo se casarían, cuántos hijos tendrían y dónde esperaban trabajar y vivir, como si tuvieran una bola de cristal. Algo que siempre me preguntaba era, qué pasaría con esos planes si no conocieran a su supuesta pareja en el tiempo que ellos tenían planeado, o si la economía cambiaba radicalmente. Cuando la vida no cumple con nuestras expectativas y suposiciones, podemos encontrarnos viajando por un camino oscuro y desconocido donde lo único seguro es la incertidumbre.
Si tuviéramos que pedir ayuda… ¿De quién es más probable que tomemos indicaciones? ¿Los poderes mundanos nos impresionan lo suficiente como para desviar el camino que llevamos ahora? ¿Prometemos lealtad sólo a nuestra propia autoridad, nuestras propias opiniones? ¿Hay algo fuera de nosotros mismos que pueda obligarnos a arrodillarnos y bajar la mirada? Especialmente: ¿estamos dispuestos a tomar el camino de la fe, que nos exige rendirnos, renunciar, cambiar y crecer? ¿Estamos dispuestos a ser guiados por un camino que no podemos predestinar ni controlar, hacia una meta que sólo asimilamos vagamente?
Estas son preguntas difíciles, pero esto es lo que la Epifanía nos exige. Dios manifiesta la presencia Divina ante el mundo. Pero la única manera de verlo es ser llevado allí de la mano, como a un niño.