Lecturas Dominicales: Is 42, 1-7; Hech 10, 34-38; Mt 3, 13-17
En ocasiones sentimos que el tiempo se va demasiado rápido. Hace poco celebramos Navidad, y hoy nos encontramos ya con Jesús adulto y preparado para iniciar su ministerio público empezando por su bautismo.
Juan el Bautista exigía la conversión y purificación de los pecados, por medio del bautismo en el Jordán. ¿Por qué se bautiza Jesús? Se trataba de un rito de purificación, pero Jesús no tenía pecados de los que purificarse. Al participar en el bautismo de purificación, Jesús está realizando de manera simbólica lo que será el sentido y la realidad de su misión: toma sobre sí los pecados de su pueblo, los pecados del mundo, es decir, “toma sobre sí el pecado del mundo”.
En el bautismo de Jesús los cielos se abren, se ve al Espíritu Santo y se escucha la voz del Padre. Dios, eliminado el obstáculo que le impedía acercarse al hombre, muestra inmediatamente su rostro. Se restablecen los vínculos entre Dios y la humanidad. El Dios trinidad, Padre que ama (Espíritu Santo) a su Hijo, reconoce en el hombre Jesús a su propio Hijo. En Jesús se ha producido el reencuentro pleno entre Dios y el hombre (Cf. J. Ratzinger, Jesús de Nazaret, Madrid, 2007, p. 39)