"Dios no hace distinción de personas, sino que acepta al que lo teme y practica la justicia” (Hechos 10, 34-35)
Por el Bautismo somos liberados del pecado y regenerados como hijos de Dios, llegamos a ser miembros de Cristo y somos incorporados a la Iglesia y hechos partícipes de su misión”, dice el Catecismo de la Iglesia Católica (CCI 1213).
Bautizar, significa “sumergir” o “introducir dentro del agua”. Esta inmersión simboliza el acto de sepultar a la persona en la muerte de Cristo (cuando se le vierte el agua), de donde sale por la resurrección con Él (cuando se le seca del agua). El bautismo cristiano tiene sus inicios desde el tiempo de los Apóstoles.
Generalmente quien bautiza es el sacerdote pero, en caso de necesidad, cualquier persona, incluso no bautizada, puede bautizar (cf CIC can. 861, § 2) si tiene la intención requerida y utiliza la fórmula bautismal trinitaria. El Bautismo imprime en el cristiano un sello espiritual indeleble de su pertenencia a Cristo. Este sello no es borrado por ningún pecado. Dado una vez por todas, es decir que, el Bautismo se recibe una sola vez en la vida.