Desearía que hubiera una solución simple al problema del perdón. Pero ni siquiera Pedro, que tenía a Jesús delante de él todos los días, sabia lo que Jesús haría la octava vez que un hermano pecara contra él. Pedro experimenta los límites de la paciencia y la tolerancia humana en sus propias relaciones. Él quiere saber cuánto tiempo, una persona verdaderamente buena, debe soportar el abuso a su caridad.
Pero Jesús se niega a considerar el perdón en términos de lo que es razonable o incluso humanamente posible. Cuando Jesús le dice la parábola acerca del siervo que ha recibido el perdón de una gran deuda, no hay discusión en absoluto de cuántas veces se puede perdonar a alguien que ofende, o incluso cómo hacerlo. El énfasis en la historia no está en la mecánica del perdón, sino sólo en la motivación. Perdonamos a nuestros semejantes, innumerables ocasiones, no porque se lo merezcan, sino porque nosotros mismos hemos sido perdonados cuando nuestro Rey pagó el rescate.
Para Jesús, esto es todo, acerca del perdón, en pocas palabras: Nuestra obligación coincide con las gracias que hemos recibido, que son incalculables. No importa el saber quién hizo qué a quién y con qué frecuencia. Es verdad, puede que haya dolor e ira y ciertamente puede que experimentemos inconformidad. Jesús no discute esos puntos, si nosotros nos centramos solo en lo que nos aqueja, eso no nos liberará, Lo único que se espera que hagamos como siervos que hemos sido perdonados de toda culpa; es el que nosotros perdonemos a los que nos ofenden, punto.
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