La parábola del trigo y la cizaña que nos presenta hoy el Evangelio nos ayuda a comprender y superar, con la ayuda de Dios, la presencia del mal en el mundo y en la familia. Frecuentemente tenemos la sensación de que el mal es mucho más poderoso que el bien y, hasta parece, que los que practican el mal les va mucho mejor que a los que hacen el bien.
El mal aparece en forma de injusticia, violencia, corrupción, pobreza, marginación, desigualdad, etc.; se hace presente también en las familias católicas: allí donde la semilla de la Palabra ha encontrado buena tierra y debería producir frutos de vida nueva resulta que crecen también los amargos frutos del mal que Cristo ha venido a combatir.
Esta parábola nos enseña que el origen del mal viene del enemigo de Dios. La semilla de la cizaña fue sembrada mientras “la gente dormía”. Aquí dormir significa desentenderse, vivir irresponsablemente. Pero la buena noticia es que Dios ha sembrado en nosotros la semilla de la razón y la libertad, cada uno es responsable del mundo que Dios nos ha confiado y, sobre todo, de nosotros mismos y de nuestra familia.
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