“Yo soy la luz del mundo el que me siga no caminará en la obscuridad,
sino que tendrá la luz de la vida”. (Juan 8,12)
Durante la Vigilia Pascual, cuando el sacerdote entra en la iglesia oscura con el cirio pascual, recita o canta “Luz de Cristo”, a lo que los fieles responden: “Demos gracias a Dios”. Este canto nos recuerda como Jesús llegó a nuestro mundo de pecado y muerte para traernos la luz de Dios.
En el pasado las velas iluminaban los sepulcros de los mártires. Existen pruebas de que se encendían velas o lámparas de aceite en las tumbas de los santos y mártires desde el año 200.
La luz representa nuestras oraciones ofrecidas en la fe, que se convierten en la luz de Dios. Con la luz de la fe, suplicamos a nuestro Señor por nuestras plegarias.
Otra palabra que se utiliza para referirse a este tipo de velas es: “Votiva” y proviene del latín “Votum”, que significa promesa, compromiso o simplemente plegaria. Esto, refuerza la idea de que las velas representan nuestras oraciones ante Dios.
Como seres humanos, tenemos cuerpo y alma, y a menudo nuestras oraciones deben expresarse de un modo físico y tangible. No encendemos las velas porque creemos que así Dios escuchará mejor nuestras plegarias, sino porque necesitamos un elemento visual que conecte nuestro cuerpo y nuestra alma.
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