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El próximo 11 de febrero la Iglesia va a celebrar la XXXII Jornada Mundial del Enfermo, con el objetivo de sensibilizarnos, personas y sociedad, instituciones civiles y gubernamentales, religiosas y eclesiásticas, sobre la necesidad del cuidado y la atención que debemos brindar a quienes sufren y padecen, no solo la enfermedad en sí misma, sino también sus consecuencias, como pueden ser el abandono, la marginación, el aislamiento y la soledad.
Debemos poner siempre en el centro del quehacer pastoral a la persona humana, haciendo prevalecer su dignidad. Los enfermos no solo necesitan medicinas y terapias, sino también nuestra oración, nuestra proximidad y nuestra ternura. A ejemplo de Cristo que nos enseña en la Parábola del Buen Samaritano como deben ser nuestro pensamiento, sentimiento y actuación para ayudar eficazmente al hermano que sufre.
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