Según los documentos litúrgicos de la Iglesia, la ofrendas que deben tener un realce absoluto en la Santa Misa son El Pan y El vino que deben colocarse sobre el altar.
En ellas se compendia todo, incluida la vida misma de los oferentes y de todo el pueblo cristiano. Estas ofrendas van a permitir la actualización del Único y Eterno Sacrificio de Cristo. Dios las transforma en Cuerpo y Sangre de su Hijo y se nos da para santificarnos. Solo el pan y el vino pueden ser una verdadera oblación en la liturgia eucarística.
Sin embargo, en el ofertorio, “…También pueden presentarse dinero u otros dones para los pobres o para la Iglesia, traídos por los fieles o recolectados en la iglesia, los cuales se colocarán en el sitio apropiado, fuera de la mesa eucarística” (IGMR,73).
Es importante saber y tener siempre presente que, en el pan y el vino, frutos de la tierra y del trabajo del hombre, están representados todos los dones de Dios que, en el sacrificio, vuelven a Él. Y es el momento de ofrecernos nosotros mismos, con todo lo que somos y tenemos. Y esa ofrenda luego nos la regresa El Señor transformada en su Cuerpo y su Sangre, como alimento de vida eterna.
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