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P. Claudio

Nuestra Señora de Guadalupe.


La Santísima Virgen María, Nuestra Señora de Guadalupe, la Madre del Verdadero Dios por quien se vive, se apareció en el cerro del Tepeyac en cuatro ocasiones, entre el 9 y el 12 de diciembre de 1531, al indígena Juan Diego. Su imagen, que de manera milagrosa quedó grabada en el ayate, es portadora de un gran mensaje celestial inculturando el Evangelio en nuestras tierras.

Contemplarla y estudiar, en un clima de oración, cada uno de los elementos simbólicos que la componen la convierten en una fuente inagotable de contenido teológico y comprendemos mejor cómo fue posible la conversión al cristianismo de los habitantes de estas tierras, respaldando la labor misionera de los evangelizadores venidos de Europa. Pero, sobre todo, descubrimos su presencia entre nosotros y a través de nuestra historia como pueblo y, más aún, como continente, que el acontecimiento guadalupano es una prueba irrefutable del amor y de la predilección de Dios por nosotros. Hoy nos toca ser portadores de este mensaje en nuestro aquí y en nuestro ahora a las nuevas generaciones.

Fr. Claudio

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