La comunión con Cristo exige la comunión con los demás. Hubo un monje que explicaba esta realidad de la siguiente manera: Imaginémonos un círculo trazado sobre la tierra, es decir, una línea redonda dibujada con un compás en torno a un centro. El círculo es el mundo, el centro es Dios, y los radios los diferentes caminos o maneras de vivir que tenemos los hombres. En la medida en que los hombres, deseando acercarse a Dios, caminan hacia el centro del círculo, se van acercando también los unos a los otros. Y en la medida en que se van acercando unos a otros, se acercan simultáneamente a Dios. Lo mismo ocurre en sentido contrario, cuando nos alejamos de Dios y nos retiramos hacia afuera. Es obvio que cuanto más nos separamos de Dios, más nos alejamos los unos de los otros, y que cuanto más nos separamos los unos de los otros, más nos alejamos de Dios.
Acercarnos los unos a los otros, relacionarnos con los demás, con personas muy diferentes a nosotros mismos, puede ser un desafío. Mas sin embargo, este es un desafío muy útil. No hay amor al prójimo sin cruz.
Las divisiones entre cristianos, que nos alejan a unos de otros, son un escándalo porque también nos alejan de Dios.
La oración de Cristo por la unidad es una invitación a retornar a Él y a acercarnos unos a otros, regocijándonos en la riqueza de nuestra diversidad.
Así que, la invitación es a permanecer unidos a Cristo, eso hará que nos acerquemos también a nuestros hermanos.
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