San Francisco de Asís vivió en Italia en el Siglo XII. Francisco creció en una familia acaudalada, pero siendo joven, renunció a sus riquezas y bienes terrenales para vivir en la simpleza, en la humildad y en la pobreza.
Cuando Francisco hablaba todos escuchaban, incluso los animales. Les dijo a los animales que Jesús también los había amado.
Cuenta la tradición que: Había un lobo que vivía en la ciudad de Gubbio. El lobo entraba en la ciudad cada noche, para asustar o alimentarse de alguno de sus habitantes. Francisco habló con el “Hermano Lobo” y descubrió que este solamente tenía hambre. Francisco le explicó que estar hambriento no era razón suficiente para comer personas o a sus mascotas, o para aterrorizarlas.
El lobo, finalmente, se volvió tan dócil que la gente lo alimentaba y los niños corrían por la ciudad en su lomo. En la ciudad de Gubbio, Francisco construyó un pequeño establo al aire libre y puso a personas para representar a María, José, los pastores y los ángeles. Luego, añadió los animales – una vaca, un burro, ovejas, etc. Y cuando le preguntaron por ellos, Francisco respondió: “Seguramente los animales también alabaron al nuevo Mesías de la misma manera que lo hicieron los pastores y los ángeles.”
Y así hoy en día, nosotros tenemos pesebres navideños con personas y animales adorando al Mesías.
En honor a este santo bendito de la iglesia nos congregamos hoy con nuestras mascotas, nuestros animales de servicio, perros policía y caballos, animales del zoológico y todas las criaturas de Dios, y damos gracias por lo que ellos hacen y por lo que significan para nosotros.
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