Levantamos nuestros corazones, nuestras mentes y nuestras voces para alabar y agradecer a Dios, como creaturas que veneran y adoran a su Creador. Somos seres compuestos de cuerpo y alma, por ello nuestra oración también la expresamos en nuestro cuerpo. Oramos con toda nuestra persona, como espÃritus encarnados tal como Dios nos creó. Nuestro cuerpo debe estar en sintonÃa con nuestra voz y nuestra mente cuando oramos. Las posturas de nuestro cuerpo nos ayudan a orar con una mayor atención.
Durante la celebración de la Santa Misa son tres las posturas corporales: Nos ponemos de pie, nos arrodillamos y nos sentamos. Tales posturas tienen su significado profundo y realzan nuestra participación personal y comunitaria en la Misa. Cada postura que asumimos en la Misa enfatiza y refuerza el significado de la acción en cada momento de nuestro culto a Dios.
Ponernos de pie es un signo de respeto y honor, por ello nos ponemos de pie cuando el sacerdote celebrante, que representa a Cristo, entra y sale de la asamblea. Esta postura es propia de quienes han sido elevados con Cristo y están en la búsqueda de los bienes superiores, de los bienes celestiales, no con orgullo, sino con una humilde gratitud por las maravillas que Dios ha hecho al crearnos y redimirnos. Nos ponemos de pie para escuchar el Evangelio, culmen de la revelación que nos presenta las palabras y los hechos del Nuestro Señor Jesucristo y en la recepción de la santa comunión que nos une a Cristo Resucitado.
La postura de rodillas simboliza la penitencia y nuestra conciencia de pecadores. Es también el homenaje que un vasallo rinde a su amo y significa la adoración que le debemos a Dios. Esta postura es propia durante la consagración y después de recibir la Hostia Consagrada.
El estar sentados es la postura propia para la escucha y meditación de la palabra de Dios. Nos sentamos durante las lecturas previas al Evangelio y durante la homilÃa para recibir el mensaje que Dios nos dirige en la reflexión del Sacerdote.
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