No hay sarmientos sin vid: estos quedarían reducidos a unos palos secos, que bien sabemos son muy buenos para asar carne, o para una buena fogata, pero nada más. Tampoco hay vino sin uvas, se necesita un número suficiente. Con una sola uva no hacemos nada; ni siquiera con un racimo. Por lo tanto: Si nosotros somos los sarmientos, y Cristo es la vid, sin estar unidos a él no podemos hacer nada. Nos quedamos «secos». Y estando unidos a él y al resto de los sarmientos... debiéramos dar frutos suficientes como para poder tener buen vino.
La afirmación de Jesús es: “Yo soy la verdadera vid, y ustedes los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante; porque sin mí nada pueden hacer”. Es un mensaje referido especialmente a la comunidad de seguidores. Estas sencillas afirmaciones, no necesitan que les demos muchas vueltas: se comprenden muy bien. Otra cosa es que seamos coherentes con ellas.
En cuanto al fruto abundante al que se refiere Jesús (y ya que él es el grano enterrado que da mucho "fruto") tiene que ver con una vida entregada, como la suya, y con el Reino... que es descrito con palabras como “justicia, paz, servicio, misericordia y además compromiso con el pobre, el enfermo, el inmigrante..., acogida, libertad, perdón, fraternidad…”.
Aunque hay que tener cuidado con las «palabras» porque, como advierte hoy la carta de Juan: no nos quedemos en las palabras, en las creencias, en las ideas, en los discursos, en las grandes afirmaciones, no amemos solamente de boca, sino con obras, con hechos. Es decir: dando frutos. «Este es su mandamientos: «que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo, y que nos amemos unos a otros tal como nos lo mandó». Creer en Jesucristo es amar, es amarnos.
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