Culminamos las celebraciones pascuales con la fiesta de Pentecostés, cincuenta días después de la Resurrección de Cristo.
La Iglesia renueva en Pentecostés su vocación evangelizadora y misionera. Enriquecida con la capacidad de anunciar “las maravillas de Dios” que “cada uno oía en su propia lengua” (cf. Hch 2,6b); y con una diversidad de dones, servicios y funciones con los cuales “El Espíritu se manifiesta para el bien común” (cf.1Cor 12,7), fortalecida con la paz del Resucitado y la alegría apostólica, como dones del Espíritu, debe seguir siendo signo de perdón en el mundo de hoy para testimoniar que el Padre ama a la humanidad y que quiere su salvación.
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