El Evangelio de hoy parece que nos invita a poner en segundo lugar nuestras relaciones familiares para centrar nuestro amor exclusivamente en Jesucristo. Puede parecerlo, pero no es así. Jesús no pide que dejemos de amar a nuestros familiares, sino que el amor a Él debe estar en la cima, en lo más alto, en el lugar de honor de nuestro amor.
La salvación que Jesús ha venido a traernos es precisamente para fortalecer nuestras relaciones familiares, de tal modo que, por medio del amor a Cristo podremos verdaderamente amar a nuestra familia. Amar a nuestro propio padre, madre, hermanos, o hijos por medio de Cristo; es el mejor modo de llegar a amarlos plenamente, porque amando a Cristo, nos purificamos y mejoramos así nuestra capacidad de amar.
San Pablo nos ayuda a entender la calidad del amor a Cristo. El amor a Cristo significa una “incorporación” a su persona. Esto significa estar abiertos a las necesidades de los demás, perdonar cuando nos ofenden, evitar la venganza, el chisme y las ofensas. Naturalmente, hay muchos obstáculos para vivir así, pero tengamos confianza, Jesús, nos guía para crecer en nuestro amor.
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