Vivir cristianamente implica ir contracorriente de muchas costumbres y formas de pensar que chocan con el Evangelio. En la primera lectura de hoy escuchamos como el profeta experimentó el rechazo, las críticas y las amenazas de muerte: “la gente decía, -denunciemos al profeta del terror” (Jr 20, 10). Él llegó a convertirse en un anuncio vivo de Jesucristo, que sufrió incomprensión, rechazo y condena. No nos queda de otra: o nos unimos Dios, o nos unimos al mundo. Debemos definirnos: con Dios o contra Él.
El salmo 68 expresa las consecuencias de tomar parte con Dios al decir: “Por ti he sufrido oprobios y la vergüenza cubre mi semblante”. Puestos en esa situación, no nos queda otro remedio que fortalecernos en el Señor y en el encuentro con otros que igualmente busquen la fidelidad a sus mandatos.
También debe animarnos la promesa de la gran recompensa que nos aguarda, como dice Jesús en el Evangelio: “A quien me reconozca delante de los hombres, yo también lo reconoceré ante mi Padre, que está en los cielos” (Mt 10, 32).
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