En el relato del libro del Génesis, hombre y mujer se encontraron y se reconocieron uno al otro. Comenzó entonces una historia que dura hasta nuestros días. Ambos se sintieron llamados a formar una sola carne, no sólo en orden a la procreación, sino, más allá, a vivir unidos en el amor y convertirse así en signo del amor con que Dios nos ama. El hombre y la mujer están destinados no para una soledad egoísta, sino para construir comunidad en fidelidad y amor que unifica.
Jesús nos invita en su Evangelio a remontarnos hasta la misma creación. Para darnos cuenta de que al principio no fue así Dios creó a hombres y mujeres iguales. Son carne de la misma carne. Por eso la mujer no puede ser una posesión más del hombre como quien tiene un coche o una casa.
Lo más difícil de todo esto será vivir en el amor, siendo fieles, entregándose mutuamente. Jesús nos invita a volver al principio, a redescubrir la voluntad original de Dios y a intentar hacerla realidad en cada una de nuestras familias.
P. Tarcisio
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