El Dios revelado por Jesucristo, es amor y es misericordia. Es un Dios que se inclina hacia los pequeños y despreciados del mundo.
Él se manifiesta gustoso en la experiencia común de la gente pequeña. No es que desprecie a los sabios y entendidos, de hecho, en la historia de la salvación ha llamado a muchos de ellos e incluso a personas poseedoras de grandes riquezas humanas… Pero más allá de los bienes materiales y la ciencia humana, lo que cuenta para Dios es la humildad de las personas sencillas.
Jesús mismo es ejemplo de humildad, pues tomó nuestra condición caída para levantarnos y elevarnos hacia él. Nunca trata de rebajarnos o intimidarnos. Por ello se pone como ejemplo, Él es el maestro… y nosotros los discípulos que debemos aprender de él. Además, la tarea que nos impone no es irrealizable, es una carga llevadera y Cristo se convierte en nuestro cirineo. Aprendamos de Jesús que es paciente y humilde de corazón.
Nuestro Dios es bueno y su misericordia es eterna. El enaltece a los humildes, pero humilla a los malvados. Es bueno con todos. Lento a la colera y rico en piedad.
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