El profeta Elías estaba huyendo para salvar su vida de las amenazas del rey Ajab y su esposa Jezabel. Y, como suele suceder, en medio de los peligros y problemas de la vida, Elías tiene dificultad para sentir la presencia de Dios; al contrario, se siente solo y abandonado. Pero Dios le hace experimentar su presencia, se le manifiesta como el Señor de la vida, que devuelve la paz y la serenidad.
El grupo de los doce discípulos de Jesús se atemorizó al enfrentar las olas que azotaban su barca. Cuando Jesús no está con ellos, todo parece más difícil. Sólo las palabras de Jesús lograron quitar el miedo que se había apoderado de ellos y también calmar el viento y las olas que los azotaban.
Pedro, en un intento por reconocer a Jesús y compartir la fuerza de su fe, pidió caminar en el agua, pero se hundió. Pedro también enfrentará durante el ejercicio de su liderazgo al frente del grupo de los doce, las dudas y el temor, pero logrará sobreponerse a las dificultades cuando se sujete fuerte de la mano del Señor. Así también nosotros, en medio de las tormentas levantemos nuestra mano para sujetar la ayuda que nos viene de Dios.
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