Hoy domingo de Ramos, asistimos a la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén. En el evangelio también recordamos su pasión y muerte en Cruz. Es un día de alegría y de tristeza porque, por una parte, el pueblo acoge a Jesús con entusiasmo como el enviado de Dios, y en pocos días cambia de parecer y pide a gritos su muerte.
La entrada de Jesús en Jerusalén, recibido como el que “viene en nombre del Señor” es la expresión de una fe y de una esperanza que no se han de ver defraudadas, a pesar de todas las apariencias contrarias. Muchos sentirán la muerte de Jesús como su propia derrota, la de sus esperanzas. Muchos otros sabrán que Jesús es la luz que ilumina la oscuridad de la vida, y mantiene nuestra esperanza.
Somos conscientes del mal que abunda en el mundo, pero no podemos permitirnos pensar que el mal saldrá victorioso. Por la fe en Jesús sabemos que hay otra posibilidad, la que procede de la persona de Cristo, de su entrega por amor, de su fidelidad eterna. Con nuestras buenas acciones elijamos seguir a Cristo y permitamos su entrada triunfal en nuestro corazón.
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