Se abrió el cielo y resonó la voz del Padre, que decía:
"Éste es mi Hijo amado; escúchenlo".
Los últimos domingos hemos celebrado tres fiestas consecutivas: primero la Navidad, cuando Jesús se manifestó como un niño, pero al mismo tiempo como el Hijo de Dios hecho carne. Después, en la fiesta de Epifanía se manifestó a sí mismo como el Salvador de todas las personas y de todos los pueblos. Hoy, en la fiesta de su Bautismo, se nos revela como el Hijo amado de Dios Padre, recibiendo al Espíritu Santo que viene a morar en él y a guiarle en su nueva misión de anunciar el Reino de Dios. Ahora ya puede comenzar abiertamente su misión.
Jesús vivió en el Jordán una experiencia que marcó para siempre su vida. No se quedó ya con el Bautista. Tampoco volvió a su trabajo en la aldea de Nazaret. Movido por un impulso incontenible, comenzó a recorrer los caminos de Galilea anunciando la Buena Noticia de Dios.
En esta Fiesta del Bautismo del Señor, estamos llamados a ser conscientes de cómo también nosotros, por medio de nuestro propio bautismo, somos hijas e hijos queridos del Padre, y cómo el fuego del Espíritu debería llevarnos a ser mensajeros de la Buena noticia, el evangelio, que nos ha traído Cristo, nuestro Señor.
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