Pocos de nosotros amamos la leyes o reglas. En esta sociedad que a veces ve al gobierno con hostilidad y a la autoridad con sospecha, nuestra postura hacia las reglas es: “destrozarla primero, reconsiderarla más tarde”. Quizás, muchos de nosotros ni siquiera leemos el manual de instrucciones sobre lo que compramos, aunque nuestra seguridad personal puede verse comprometida: ¡Sólo enchúfalo, pulsa el botón ON y espera lo mejor!
Cuando vivimos de esta manera, -siempre de prisa, sin considerar las reglas del camino— puede llevarnos a problemas, incluso peligros mortales. Aunque a menudo consideramos las leyes como si fueran un alambre de púas diseñado para atrapar nuestra libertad, también podría ser visto como el medio para asegurar nuestra libertad. Si cualquier persona en el camino pudiera hacer lo que le plazca; viajar estaría abierto sólo a aquellos que con ligereza valoran sus vidas y las vidas de los demás.
Bíblicamente hablando, la ley divina es equivalente a la cordura. Vivir de otra manera es una locura. Debido a que Dios es la fuente de la vida, familiarizarse con las instrucciones de funcionamiento Divinas es la mejor manera de apreciar ese don. Cuando Jesús extiende la ley en su Sermón del Monte, no lo está haciendo para hacer la vida más difícil. Jesús construye una valla alrededor de la ley. Nos dice que el camino hacia el asesinato comienza con la ira; la autopista hacia el adulterio tiene una rampa de entrada en la lujuria. Si el pecado no es tu destino, entonces por supuesto no viajes hacia esa dirección.
Entendida correctamente, la ley merece su propio club de fans. Las leyes de Dios están diseñadas, después de todo, con la felicidad y satisfacción del “usuario” en mente.
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