La palabra “Epifanía” significa “manifestación”, es para nosotros como una segunda Navidad. Esta fiesta proclama que Jesús Niño pertenece y se entrega al mundo entero como su Salvador. Con los Magos, el mundo entero trae a Jesús su variedad de dones: sus culturas, sus muchas peculiaridades, sus diferentes identidades.
Así lo describe la lectura del profeta Isaías, cuando nos habla de un inmenso número de pueblos, acudiendo en masa desde cualquier parte del mundo hacia la luz de Dios. San Pablo también comparte su experiencia con los cristianos de Éfeso, él ha entendido que la fe no es para unos pocos, sino para todos los pueblos, porque todos “son coherederos de la misa herencia, miembros del mimo cuerpo y partícipes de la misma promesa en Jesucristo” (Segunda lectura).
Y nosotros aquí y ahora, al igual que los magos que vinieron de oriente a adorar al niño Dios, le traemos el don de nosotros mismos: nuestra fe, nuestro propósito de fidelidad, nuestro amor, al encontrarnos con él en la oración y en los hermanos, especialmente en los más pobres.
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