La gloria de Dios es que el hombre viva” decía San Ireneo. Es decir, honramos a Dios cuando sabemos descubrir la dignidad humana de cada persona en la que se refleja la imagen de Dios. No podemos oponer ante Dios lo auténticamente humano. De hecho, el mandamiento que nos ordena amar a Dios va de la mano del mandamiento que nos ordena amar a nuestro prójimo. El Evangelio de hoy nos invita a saber armonizar nuestras obligaciones y deberes religiosos con nuestras obligaciones y deberes civiles.
De ahí que los grandes educadores en la Iglesia, como San Juan Bosco, tenían como objetivo formar a los jóvenes para que llegaran a ser buenos cristianos y honrados ciudadanos. Cristo mismo nos mostró su amor por nosotros para enseñarnos a amar a Dios. Nuestra fe personal y eclesial tiene implicaciones sociales y políticas que nos llevan a responsabilizarnos en el progreso de nuestro mundo y de nuestra sociedad.
Jesús, responde saliéndose de ese falso dilema: “Den al Cesar los que es del Cesar y a Dios lo que es de Dios”.
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