SOLEMNIDAD DEL CUERPO Y LA SANGRE DE CRISTO
Jesús se reunió con sus discípulos para celebrar la pascua judía, cena que hasta el día de hoy recuerda la noche en que el pueblo judío fue liberado por Moisés de la esclavitud de Egipto. Una cena que pasó a ser inicio de una vida de libertad, de riesgos, de tropiezos en un largo caminar hacia la tierra prometida. En ese camino, el pueblo de Israel tuvo que confiar en Dios, aprendió a cumplir los mandamientos que recibió de Moisés, y cuando les faltó comida y agua en medio del desierto, recibieron el sustento por intervención de Dios.
Esa cena de Jesús, para nosotros, es la Santa misa, la Eucaristía. Y cuando hacemos lo que él nos mandó -“Hagan esto en conmemoración mía”, hacemos la acción de gracias a Dios (Eucaristía), por todo lo que nos da. También nosotros necesitamos de ese alimento espiritual para el camino por el desierto de la vida, mientras llega el momento de celebrar el banquete en el lugar que nos tiene prometido, en el cielo. “El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna” (Jn 6,54).
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