En el Evangelio de este domingo, Jesús resucita a Lázaro de entre los muertos. Y nos invita a vivir y creer en El. Jesús desea dar vida a los muertos para así testificar del amor de Dios por nosotros. Se dirige a los que están muertos por el pecado, afirmando así que todos pueden escuchar la voz de Dios. El Espíritu nos despierta suavemente a una nueva vida humana. No importa cuán debilitados estén nuestros corazones por el pecado, el Espíritu nos fortalece con un santo amor vigorizante y energizante.
Todos nuestros afectos humanos vienen del amor. En el amor deseamos, nos regocijamos, esperanzamos, nos desesperamos, tememos, odiamos, evitamos las cosas, nos sentimos tristes, nos enojamos y gozamos. El amor es el fundamento de nuestra vida, vivida en el Espíritu de Dios. Cuando el amor Divino reina en nuestros corazones, transforma todos los demás afectos que hemos elegido para vivir, caminar y obrar en el Espíritu.
Si un enfermo toma sólo una parte de su medicina requerida, sólo en parte se cura, no completamente. Así también, con el amor Divino, en la medida en que nos permitamos abrazarlo, el Espíritu nos inunda de amor sagrado. Por lo tanto, no sólo debemos recibir el amor de Dios a la entrada de nuestro corazón, sino también en lo profundo de nuestro corazón. Debemos nutrir este amor, guiados por la sabiduría y la razón. Cuando inmersos en el amor del Espíritu, nuestros corazones producen acciones sagradas que tienden a la gloria de Dios. Permitámonos una nueva vida humana en el Espíritu de Dios, que nos dirige a la Gloria eterna.
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