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P. Tarcisio

Reflexión de la Palabra de Dios, Tercer Domingo de Adviento, 12 de Diciembre


Las apariciones de la Virgen de Guadalupe, son un mensaje de esperanza para los pueblos de América que habían perdido todo con la conquista de los europeos. Esta mujer envuelta por el sol y cubierta por un manto de estrellas es la misma jovencita de Nazaret que recibió la misión de ser Madre del Salvador, y que no dudó en visitar a su prima Isabel, mamá de Juan el Bautista, para ayudarle mientras llegaba la hora del parto.

La virgen no se presenta a sí misma como salvadora, sino como intercesora ante su Hijo. ¿Quién conoce mejor el corazón y las necesidades de sus hijos que una madre?

Las palabras que le dirigió al indio Juan Diego, en medio de sus angustias y la discriminación que padecía, siguen siendo válidas para todo aquel que sufre:

"Ten entendido hijo mío, el más pequeño, que no es tan importante lo que te asusta y aflige. No se entristezca tu corazón ni te llenes de angustia. ¿Acaso no estoy yo aquí, que soy tu Madre? ¿Acaso no soy tu ayuda y protección?”

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