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Fr. Tarcisio

REFLEXIÓN DE LA PALABRA DE DIOS. Cuarto Domingo de Cuaresma

Primera Lectura (1 Sam 16,1b.6-7. 10-13a): Unción de David

Dios no juzga a las personas conforme a su apariencia, sino que mira al corazón. David, el menor y más joven, es elegido y ungido rey.


Segunda Lectura (Ef 5,8-14): Cristo Brillará sobre Ti

La luz de Cristo brilla sobre nosotros desde el bautismo. Somos, por lo tanto, hijos de la luz, llamados a producir frutos de bondad, justicia y verdad.


Evangelio (Jn 9,1-41): “Yo Era Ciego, y Ahora Puedo Ver”

Un ciego de nacimiento encuentra a Jesús y luego puede ver, primero con sus ojos corporales y después con los ojos de la fe. Nosotros somos ese ciego.


Nuestros sentidos son los puentes que unen nuestra persona con la realidad. Pero estamos tan acostumbrados a ellos que tal vez no los valoramos lo suficiente, sino hasta que los empezamos a perder. Es maravilloso sentir, saborear, escuchar, oler y ver todo lo bello que nos rodea. Pero también es doloroso percibir la maldad y todo lo malo que existe en nuestro mundo.


La curación del ciego de nacimiento nos ayuda a reflexionar en el valor de nuestros sentidos y en el respeto y comprensión que merecen aquellas personas que no los tienen. Jesús nos enseña que la ceguera física no es la mas difícil de curar, sino la ceguera mental, la ceguera social y religiosa. Cuando teniendo ojos no vemos o no queremos ver. Teniendo oídos no escuchamos… Aun los discípulos estaban convencidos de que aquel hombre había nacido ciego como castigo divino por sus pecados o el de sus padres. Y las autoridades religiosas estaban mas preocupadas porque Jesús había realizado aquella curación en sábado, el día de descanso, que por el milagro de la curación devolviendo la vista a aquel hombre. Al devolverle la vista también le devolvió su dignidad, pues ya no seria visto como un pecador castigado por Dios; también le devolvió la capacidad de valerse por si mismo, sin necesidad de esperar la limosna de los demás; y finalmente aquel hombre recupero su fe, creyó en Jesús: “¿Crees tú en el Hijo del hombre?” Él contestó: “¿Y quién es, Señor, para que yo crea en él?” Jesús le dijo: “Ya lo has visto; el que está hablando contigo, ése es”. Él dijo: “Creo, Señor”. Y postrándose, lo adoró.

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