Mis ovejas escuchan mi voz; yo las conozco y ellas me siguen
Los escribas y fariseos exigían que Jesús le dijera clara y abiertamente si él era el Mesías. Jesús respondió afirmativamente y les echó en cara su incredulidad. Nuevamente se declara a sí mismo como el Buen pastor, al cual siguen las ovejas que el Padre le ha dado; y ni el Hijo ni el Padre dejarán que se pierda una sola de ellas.
La protección, pues, de parte del Padre y del Hijo está garantizada; pero no así en lo que respecta a la decisión de las ovejas que, como los fariseos, se niegan a escuchar su voz y a pertenecer a sus discípulos. Aquel enfrentamiento fue agravándose, tanto que a cierto punto trataron de apedrearlo por sus palabras, pero Jesús escapó (Jn 10,31-33.39).
Los que sí reconocieron la voz del buen pastor por medio de la predicación de los apóstoles, fueron otros pueblos de cultura griega. Quienes aceptaron la predicación de los apóstoles Pablo y Bernabé, comprobando así la universalidad del Evangelio de Jesús, que nos está destinado a unos cuantos, sino para todo aquel que lo acepté y crea en Él.
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