Los profetas del pueblo de Israel eran aquellos hombres y mujeres que hablaban en nombre de Dios. Ellos interpretan su voluntad con autoridad y conducen a su pueblo por caminos de justicia y de paz. Si bien, en la historia del pueblo de Israel surgieron muchos profetas, Moisés habla de un profeta, en singular, cuyas características serán como las del mismo Moisés y aun más. Este profeta es Jesús, el que con su palabra y sus obras ha venido mostrar la voluntad de Dios Padre, un Dios que salva, que es misericordioso, que rescata a sus hijos de todo sufrimiento.
De acuerdo con el evangelio de Marcos, la primera actuación pública de Jesús fue la curación de un hombre poseído por un espíritu maligno en la sinagoga de Cafarnaúm. Es sábado y el pueblo se encuentra reunido en la sinagoga para escuchar la Palabra de Dios y la explicación dada por los escribas. Pero ese día, la voz que escucharon transmitía algo diferente: autoridad, poder, bondad, compasión… y por eso quedan sorprendidos al escucharle.
El hombre poseído por un espíritu inmundo, un espíritu contrario a Dios, no aguanta más y quiere delatarlo, quiere echar a perder sus planes, descubriendo públicamente su verdadera identidad. Pero en cambio, el espíritu malo es expulsado de aquel hombre atormentado, dominado por el mal. Quien ahora encontrará espacio en él para acoger la voz de Dios. La palabra de Jesús libera, no esclaviza; infunde confianza, no temor; conduce por el camino del bien, no de la maldad. Jesús quiere curarnos no sólo físicamente, sino espiritualmente, desde el fondo de nuestro corazón.
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