La esperanza de una tierra nueva y un cielo nuevo que el Apocalipsis presenta en la imagen de la Nueva Jerusalén que desciende esplendorosa como una novia, sólo es posible gracias a la vivencia y a la puesta en práctica del Mandamiento Nuevo del Amor recibido de Cristo en la intimidad de La Última Cena.
El amor fraterno al estilo de Cristo debe ser la base y norma de convivencia del Nuevo Pueblo de Dios y de cada comunidad cristiana. Y es también la meta de todo trabajo apostólico y la misión de la Iglesia. Y, como consecuencia, será el amor la fuerza motriz que nos lleve a superar las vicisitudes y contrariedades que conlleva el dar testimonio del Resucitado, el que hace nuevas todas las cosas.
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