DOS MANERAS DE ORAR
Jesús dijo esta parábola sobre algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás. El fariseo es un observante escrupuloso de la ley y un practicante fiel de la religión. Se siente seguro de sí mismo. Ora de pie y con la cabeza erguida. Pero no le da gracias a Dios por su grandeza, su bondad o misericordia, sino por lo bueno y grande que es él mismo.
La oración del publicano es muy diferente. Su presencia misma, en el templo es motivo de incomodidad para los demás. Es un pecador público, ¿cómo se atreve a entrar a un lugar sagrado y santo? Él es consciente de su condición, sabe que es un pecador. Pero sabe que Dios es grande, es bueno y misericordioso. Sus golpes de pecho y las pocas palabras que susurra lo dicen todo: “Dios mío, apiádate de mí, que soy un pecador”. En su oración hay autenticidad. Este hombre es pecador, pero va en la dirección correcta hacia la conversión.
La pregunta es: ¿Cuál es nuestra actitud al entrar en la casa de Dios? ¿A quién nos paremos más, al fariseo o al publicano?
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