El profeta Jeremías nos cuenta cómo el Señor le reveló que lo había escogido para que fuera un profeta, y cómo le dio a entender que su vocación iba a encontrar la oposición y la hostilidad de muchos.
También Jesús encontró una oposición y una hostilidad semejantes dentro de su propio pueblo de Nazareth, por lo que resolvió ir a predicar a otras aldeas la Buena Nueva, ya que sus propios familiares y paisanos lo rechazaban.
San Pablo recuerda a los fieles de la Iglesia de Corinto que, entre las virtudes teologales de la Fe, la Esperanza y el Amor, ésta última es la mayor de todas y la ley de oro de la convivencia de los creyentes en la comunidad eclesial.
Nuestra propia misión y vocación es vivir precisamente el mandato del amor que Jesús nos encomendó, aunque muchas veces seamos también mal comprendidos, o rechazados y hasta perseguidos… si perseveramos en ello seremos bienaventurados a la hora de la verdad, ya que gozamos de la promesa de nuestro maestro que nos garantiza la asistencia y fortaleza de su Espíritu.
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