Lecturas Dominicales: 2Mc 7, 1-14;
2Tes 2,16-3,5; Lc 20, 27-38
Los saduceos no creían en la resurrección, para ellos, todo bien posible se daba en este mundo: la riqueza, el éxito social y el poder. Ellos tratan de ridiculizar la fe en la resurrección de los muertos y, entonces, Jesús aprovecha para instruirnos.
La resurrección se trata de una vida completamente nueva. Es muy diferente nuestra vida terrestre y esa vida plena, sostenida directamente por el amor de Dios después de la muerte. Se trata de algo que "el ojo nunca vio ni el oído oyó ni hombre alguno ha imaginado, algo que Dios ha preparado a los que lo aman" (1Cor 2, 9).
Además, el cielo es una vida preparada por Dios para el cumplimiento pleno de nuestra fe. Esto es, precisamente, lo que busca Jesús afirmando que Dios no es un Dios de muertos, sino de vivos; porque para él todos están vivos. La muerte no destruye el amor y la fidelidad de Dios hacia los fieles.
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