Los Hechos de los apóstoles resumen la vida de Jesús con esta frase: “Dios ungió con el poder del Espíritu Santo a Jesús de Nazaret, … pasó haciendo el bien, sanando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él.” (Hech 10,35). Después, sus discípulos fueron testigos de su prendimiento injusto, de los sufrimientos y de la muerte en cruz. Y cuando pensaban que todo había terminado, fueron testigos de la resurrección de Jesús. ¿Qué harían después de haber experimentado tan extraordinarios sucesos? Compartirlo en todo el mundo. Esta buena noticia de la resurrección es algo que no se puede callar, pues representa esperanza para todo aquel que sufre y que no alcanza a ver más allá del final marcado por la muerte.
Un sepulcro vacío, las vendas y el sudario abandonados fueron pruebas suficientes para descartar la posibilidad de un robo, y para recordar lo que en repetidas ocasiones Jesús les comunicó: “Al tercer día, resucitaré”. Pero para poder llegar a la certeza de esta promesa y creer que así fue, tuvieron que pasar por muchas dudas. Incluso la carrera desesperada de Pedro y Juan en dirección al sepulcro, expresan la búsqueda de todo aquel que quiere respuestas, que quiere comprobar por si mismo que la resurrección es algo real.
Que la resurrección de Cristo no sea celebrada hoy como un acontecimiento dejado en el pasado, sino como algo presente que nos trae esperanza en medio del pesimismo, y contra aquellas voces que nos dicen que no hay nada más allá del límite de la muerte. Hoy es un día para renovar nuestra fe en la Resurrección de Cristo que es también nuestra propia resurrección.
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