El profeta Jeremías anuncia un tiempo ideal para un pueblo disperso, maltrecho y sin esperanza. Dios mismo va a intervenir valiéndose de nuevos y mejores pastores. Nosotros vemos en Jesús la realización de esta promesa. Él ha reunido, nos dice San Pablo, a los de lejos y a los de cerca para reconciliarnos con su Padre.
Cristo ha restaurado las relaciones amistosas entre Dios y los hombres que habían quedado rotas por el pecado. Él es El Salvador que se compadece de la multitud dispersa y desorientada. Su palabra orienta y da vida. Cristo detecta la falta de orientación y la necesidad de salvación de los abandonados. Los discípulos han aprendido del Maestro y ahora como apóstoles se asocian a la misión. De esta manera, por medio de nuevos pastores, San Marcos nos muestra el cumplimiento de las profecías.
Por ello cantamos con el Salmo 22: El Señor es mi pastor nada me falta.
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