Segundo Domingo de Cuaresma: ¿Qué nos dice la Palabra de Dios?
“Su rostro se puso resplandeciente como el sol y sus vestiduras se volvieron blancas como la nieve”
El camino cuaresmal sigue cambiando. La semana pasada, caminábamos en el desierto. Y ahora, en esta semana, escalamos una montaña. Nadie dijo que el camino de la fe sería fácil. Pero tampoco se nos advirtió que este nivel de atletismo sería necesario. ¿Es el camino espiritual realmente tan difícil como las descripciones lo hacen parecer? ¡Esperemos que sí! Si nuestra vida cristiana la estamos llevando bien, eso significa que estamos seriamente ejercitando nuestro músculo espiritual.
Muchos de nosotros, hay que admitirlo, la mayor parte del tiempo, no estamos en un caminar espiritual. Estamos, más bien, espiritualmente estacionados: ahí en la banca donde siempre nos sentamos, y atrapados en los mismos viejos hábitos del pecado. Somos codiciosos, perezosos, egoístas y criticones, etc. Y, por supuesto, deshonestos, porque rara vez admitimos que somos así; codiciosos, perezosos, etc. Ni siquiera en el confesionario somos honestos; ya que no confesamos todo, nuestros malos hábitos pueden parecer tan tediosos para incluso mencionarse. Pero, de todos modos, son un obstáculo para la vida espiritual, porque nos impiden abrazar la exuberante plenitud del amor de Dios, el cual debería urgentemente de expresarse en cada momento de la historia.
Al estar espiritualmente estacionados, “no caminamos, ni corremos en la fe", así que tampoco crecemos en la fe. En cambio, muchos de nosotros solo nos llenamos de sacramentos y acumulamos horas de oración. Si, podemos ganar peso con la práctica piadosa, pero eso, no es lo mismo que lograr la fortaleza espiritual. La fuerza llega cuando la práctica religiosa se traduce en “gracia en acción”. Para llegar a algún lado, obviamente, tenemos que movernos. Tan fácil de entender, no siempre tan fácil de hacerse.
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