Todo cristiano que toma en serio las enseñanzas de nuestro Señor, debe hacer un esfuerzo por la unidad del Cuerpo de Cristo, la Iglesia. Esta iglesia fragmentada por muchas divisiones, a menudo innecesarias. Debemos meditar constantemente en esas palabras, aquella oración que Jesús ofreció a su Padre justo antes de su arresto en el jardín de Getsemaní:
"Para que todos sean uno; como tú, Padre, en mí, y yo en ti, para que también ellos sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste” (Juan 17,21).
Esta debería ser una oración constante en nuestros labios, buscando que el Espíritu Santo nos reúna a todos verdaderamente bajo el único Pastor. Tenemos que creer firmemente que si todos los cristianos oramos de todo corazón por la unidad, se logrará, pero mientras estemos tibios con esta intención, nunca sucederá.
Además, tenemos que darnos cuenta que la iglesia no puede ser signo significativo en el mundo, cuando los cristianos estamos divididos. ¿Cómo podemos evangelizar efectivamente y ayudar a que se hagan presentes los atributos del reino, como la verdad, el amor y la justicia, cuando no practicamos la caridad entre nosotros? Como Santa Teresa de Ávila nos dice: Cristo nos tiene a nosotros como su único instrumento, y todos deberíamos darnos cuenta de lo poco cristiano que es la mayoría del mundo. El mundo necesita desesperadamente los valores de Cristo. Y sólo nosotros, los cristianos, permitiéndole al Espíritu actuar en nosotros, podemos cambiar esto. Si pudiéramos orar como una fuerza unida, esta petición será mucho más poderosa y efectiva.
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