En la primera lectura, tomada del libro del Éxodo, Dios escoge para sí un pueblo y comparte su destino, se compromete a acompañarlo y conducirlo a la libertad. Lo une a sí mismo con lazos como de sangre, comiendo y bebiendo con ellos. En el altar construido por Moisés se establece una alianza entre Dios y su pueblo.
Esa antigua alianza entre Dios y su pueblo se renueva con nosotros en la persona de Jesús, cuando comparte su Cuerpo y su Sangre en cada celebración Eucarística. Nosotros llamamos a este sacramento “misa” o “Eucaristía”. Pero los primeros cristianos la llamaban «la cena del Señor» o incluso «la mesa del Señor». Para ellos la Eucaristía no es solamente un rito, sino un banquete que nos llama a compartir como comunidad de creyentes, como hijos de Dios.
Cada domingo también nosotros nos reunimos en torno a la mesa del Señor, para Escuchar su Palabra, para alimentarnos de su Cuerpo y su Sangre bajo las formas consagradas del Pan y del Vino. Celebrar la Eucaristía es alimentar el vínculo que nos une entre nosotros y con Jesús.
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