El bautismo de Jesús marcó el inicio de su vida pública. A partir de ese momento, ya no sería Juan el Bautista, ni los profetas del Antiguo Testamento quienes hablarán de Dios al Pueblo de Israel, sino que Jesús mismo es quien enseña todo lo que ha recibido de su Padre.
El bautismo que practicaba Juan era un bautismo de conversión, es decir, que aquellos que eran lavados en las aguas del río Jordán, dejaban atrás los pecados de su vida pasada para llevar una vida mejor, conforme a los mandamientos de Dios. A ese bautismo Jesús le agrega algo mucho más grande, el Espíritu Santo, “la fuerza divina que es como el fuego que da calor y energía a quien la recibe”. Esto significa que, además de la buena voluntad de la persona que se dispone a cambiar y ser mejor, el Espíritu Santo actúa y le da fuerza, para que no desista en su camino de conversión.
Hoy es un buen día para reflexionar sobre nuestro propio bautismo. ¿Qué significa ser bautizado? ¿Es realmente ese fuego, esa fuerza vital de Dios la que actúa en nosotros? La realidad es que muchos «cristianos» no le damos la importancia que se merece este sacramento del Bautismo y lo recibimos como un requisito, pero no como un compromiso. ¿Para ti, que importancia tiene el que seas Bautizado?
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