Lecturas Dominicales:
Hech 5, 27-32. 40-41;
Apoc 5, 11-14;
Jn 21, 1-19
La Palabra de Dios nos habla de la fe en la Resurrección como de un largo proceso. La muerte de Cristo desanimó a los discípulos y provocó su dispersión. Los discípulos regresan a casa, a la vida cotidiana, a las ocupaciones de siempre, a volver a ser sólo unos pescadores de peces.
Muchas veces el esfuerzo para conseguir el alimento de cada día parece ser en vano: no pescaron nada. Pero también hay cosas muy buenas que suceden en la vida diaria, llega la luz. La claridad de la madrugada permite ver, pero no siempre es posible reconocer… Es lo que les sucede a los discípulos: ven sin reconocer. Es una fe todavía insegura, inmadura y vacilante.
La presencia de Jesús hace que las cosas cambien: después de la escasez viene la abundancia; la red se llena de peces grandes. La red representa al mundo entero, no excluye a nadie, junta a todos sin importar las diferencias y, a pesar de ello, no se rompe. La presencia del Resucitado genera unidad y respeta las diferencias.
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