“Bienaventurados sean cuando por causa mía, los persigan e insulten y digan toda clase de calumnias en contra de ustedes.”
Jesús nos enseñó esto en su célebre Sermón de la Montaña. Y él sabe lo que dice, porque, precisamente, Jesús enfrenta este trato en su debut en Nazaret. La gente no se limitó solo a rechazar su enseñanza, también cuestionaron sus credenciales y su paternidad (se le llama "el hijo de María" algo irregular en una tierra donde el padre era primordial en el linaje). El rechazo casi llega a lo físico, si se incluye que estuvo cerca de ser arrojado a un acantilado al final de la lección.
Cuando se nos critica, con razón o sin ella, es raro que se sienta como una bendición. Incluso persecución por buscar justicia -un tipo de rechazo bien especifico- no es algo que la mayoría de nosotros estamos ansiosos por lograr. Nos gusta la aprobación, no la condena; buscamos el apoyo y el aliento, una palmadita en la espalda, e incluso una recompensa cuando sea posible. Para los niños un dulce, es una recompensa; a los adolescentes, premiarlos permitiéndoles usar el coche, suena mejor; y cuando somos adultos por lo general nos gustan las recompensas monetarias. Lo que realmente no esperamos, ni deseamos, cuando hacemos lo correcto, es ser difamados.
La crítica nos mantiene humildes, nos ofrece la oportunidad de un examen de conciencia, ejercita nuestro sentido del humor, y no recuerda que el buen hacer no es por y para mí, es destinado a glorificar a Dios!
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