La voluntad de Dios es que todos vivamos en armonía, que obremos de tal manera que merezcamos el cielo que nos tiene prometido. Pero humanamente podemos poner excusas y decir que cumplir sus mandamientos es casi imposible. Sin embargo, el libro del Deuteronomio hace esta afirmación, recordando que lo que el Señor espera de nosotros, no es imposible de hacer. “Estos mandamientos que te doy, no son superiores a tus fuerzas ni están fuera de tu alcance.”
La pregunta que le hace un maestro de la Ley a Jesús en el evangelio de hoy, es la pregunta clave para todo creyente: “¿Qué debo hacer para alcanzar la vida eterna?”. La respuesta es cumplir con el primero de todos los mandamientos: “Amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo”. ¿Pero cómo se concretiza este mandamiento en la vida cotidiana?
La parábola del samaritano nos sirve de ejemplo; aquel personaje del cual menos se esperaba una acción de misericordia se hizo prójimo del necesitado. Con esto, Jesús, deja bien claro que la disposición a obrar rectamente, con misericordia, no está necesariamente delimitada a una posición social; a la raza o cultura a la que se pertenece. Prójimo es, pues, cualquier persona que nos ayuda o que necesita de nuestra ayuda.
Y si yo hubiera pasado por aquel camino donde yacía aquella persona golpeada, ¿qué habría hecho? ¿Y hoy quién es mi prójimo?
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